La
modernidad es un período histórico que aparece, especialmente, en el norte
de Europa, al final del siglo XVII y se cristaliza al final del siglo
XVIII. Conlleva todas las connotaciones de la era de la ilustración, que
está caracterizada por instituciones como el Estado-nación, y los aparatos
administrativos modernos. Tiene, por lo menos, dos rasgos fundamentales que
todos los teóricos enfatizan.
El
primero es la autorreflexidad. Giddens y Habermas quieren decir con esto
que la modernidad es ese primer momento en la historia donde el
conocimiento teórico, el conocimiento experto se retroalimenta sobre la
sociedad para transformar, tanto a la sociedad como al conocimiento. Eso con la
era de la información ha llegado a un nivel supersofisticado. Las
sociedades modernas, distinguiéndolas de las tradicionales, son aquellas
sociedades que están constituidas y construidas, esencialmente, a
partir de conocimiento teórico o conocimiento experto.
Para
dar un ejemplo, la diferencia estereotipada entre sociedad tradicional y
sociedad moderna. En la sociedad tradicional, —un grupo étnico en el Amazonas
hace 30 o 40 años—, las normas que rigen la vida diaria son generadas
endógenamente a través de relaciones cara a cara, en el día a día,
históricamente. En las sociedades modernas las normas que rigen la vida
cotidiana, que determinan cómo significamos, cómo interpretamos, cómo vivimos
nuestra vida, no están producidas a ese nivel de la relación cara a cara, sino
que están producidas por mecanismos expertos, impersonales, que parten del
conocimiento experto en relación con el Estado.
La
segunda característica de la modernidad que Giddens enfatiza es
la descontextualización, que es el despegar, arrancar la vida local
de su contexto, y que la vida local cada vez es más producida por lo
translocal. Por eso muchos movimientos sociales hablan de resituar la vida
local en el lugar.
Culturalmente,
la modernidad es caracterizada en términos de la creciente apropiación de
las hasta entonces dadas por sentadas competencias culturales, por formas de
conocimiento experto asociadas al capital y a los aparatos administrativos del
Estado –lo que Habermas (1987) describe como una creciente racionalización
del mundo-vida–. Filosóficamente, la modernidad implica la emergencia de
la noción de "Hombre" como fundamento de todo conocimiento del mundo,
separado de lo natural y lo divino (Foucault 1973, Heidegger 1977).
La
modernidad es también vista en términos del triunfo de la metafísica,
entendida como una tendencia –extendida desde Platón y algunos presocráticos
hasta Descartes y los pensadores modernos, y criticada por Nietzsche y
Heidegger entre otros–, que encuentra en la verdad lógica el fundamento
para una teoría racional del mundo compuesto por cosas y seres cognoscibles y
controlables. Vattimo (2000) enfatiza la lógica del desarrollo –la
creencia en el perpetuo mejoramiento y superación– como crucial para la
fundación filosófica del orden moderno.
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